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A pesar del calor, la garrapata y la falta de pasto, la cabaña Las Mercedes hace el ciclo completo a 40 kilómetros de Resistencia y, además, tiene una ejemplar cabaña Braford. La historia de Faustino Bravo y su familia y las claves para producir ganado de Cuota Hilton en una zona marginal.

 

“Reproductores de alta calidad nacidos y criados en el este chaqueño, zona de monte, garrapata y mío mío”, dice la tarjeta de Faustino Bravo. No lo dice con resentimiento ni con pena. Lo dice con orgullo. Pero se sabe que en la frontera entre el decir y el hacer se deshacen muchas de las intenciones, aunque a su frase de cabecera “En Chaco se puede” la acompañará con una demostración de cómo es posible criar ganado de alta calidad en una zona sin los favores del clima y con la carga de la distancia.

 

Para los chaqueños, Buenos Aires es “el sur”. Lo dice Faustino, que habla sin tutear, aprieta la mano fuerte y mira a los ojos. Es un hombre de campo, hecho y derecho. Flavia maneja los números de la cabaña y el auto desde Resistencia hasta Las Mercedes. Dice que las visitas llegan en el peor momento para la vista del campo, justo cuando -a fines de julio- se prepara para la explosión de la primavera.

 

Alta densidad

 

Cantan las viuditas y el trino flota en el silencio de la tarde chaqueña. El rojo sangre de los cardenales copa los espacios donde hay restos de maíz y un tordo se desprende de un aromo en flor. La escena ocurre en la estancia Las Mercedes, que tiene a Faustino como cabeza, pero se sostiene con las manos de sus tres hijos: Flavia, Mauro y Lucas.

 

La región se llama El Palmar y el pueblo más cercano es Colonia Tacuarí. Allí donde el río Paraná forma la primera terraza del bajo, una zona inundable, donde el Paraná le da vida a un valle que tiene unas 50 mil hectáreas que en épocas de inundación obliga a trasladar a la hacienda hacia zonas altas, como ocurrió con la última crecida del invierno, aunque esta vez no hubo necesidad de evacuación. Hay albardones: subidas y bajadas del terreno.

 

Tras la inundación de 1983, en los años del gobernador Luis Palacios, nació este pueblo que está en una loma alta y que empezó con 50 familias con la hacienda resistiendo la crecida. El vehículo transita por un lugar que estaba tapado de agua en esos años., que subsistieron en esos años se volvieron las 80 de la actualidad. Los productores pusieron la energía eléctrica y tienen un consorcio caminero.

 

El Paraná está a siete kilómetros y es una zona de desniveles donde el agua abunda. Se traduce en esteros y lagunas, donde pastan, imponentes, los búfalos. “Hay lluvias, buenos rocíos y las sequías son menos dolorosas que en la zona centro del Chaco, que está muy castigada”, dice Faustino Bravo, quien habla desde el único lugar que le salen las palabras: el saber.

 

La densidad de vacas es de tres hectáreas por animal, a la inversa de lo que ocurre en el sur, donde la cuenta es de tres animales por hectárea. “Eso para los campos que no se acomodaron. Nosotros tenemos una densidad de entre una y una hectárea y media por animal. Pero suplementamos en el invierno a la hacienda de cría: sembramos pasturas (tanzania en sotobosque, sin talar los árboles del monte, cetarea, grama rhodes), sorgo, maíz y, además, maximizamos el campo: hacemos servicio a los 18/24 meses, mientras el productor antiguo la larga para servicio a los tres años y es un año que se pierde. Pero cuesta mucho hacerle entender que hay que producir para el animal.”

 

Faustino Bravo: un ganadero de ley

 

Faustino terminó la primaria, llegó a la casa y dejó los libros en la galería. Tenía 13 años y sabía que nunca más iba a volver a las aulas, pero entendía que tenía que seguir la lección de papá. “Primero aprenda a hacer y después a mandar”, le decía. Ya de joven, cuando tenía pelos en el pecho, discutía con papá porque se morían terneros en cantidad. La raza británica que papá intentaba criar se la comía el clima, el estrago de alguna enfermedad o, simplemente, la falta de pasto. Faustino tiró la idea de hacer un ganado adaptable al clima. “Acá nunca va a entar un cebú”, le dijo su papá. Era fines de la década del 70.

 

Cuando le ganó la pulseada a su padre y empezó a hacer novillos, sus colegas viajaban 1500 kilómetros hasta Santa Rosa, La Pampa, para engordarlo. Con Tito Mostet discutían. “Con este pasto no se pueden hacer novillos diente de leche”, le decía el hombre sobre los animales que tienen hasta 24 meses. Faustino aceptó el desafío y lo ganó: suplementa con granos y, a los 20 meses, tiene animales que pesan 400 kilos. Hoy hace ciclo completo: el ternero, preña la vaca y cría el novillo que vende como Cuota Hilton.

 

Pero no todas son flores. El hombre tiene una queja. “Estamos frenados en la parte más importante: la venta del novillo pesado a las exportaciones. No nos dan los ROER, los frigoríficos dejan gente cesante. Hacer un novillo pesado cuesta tres años de crianza en campo natural. Nos obligan a vender al mercado interno un novillo que no sirve, una media res que pesa 250 kilos y eso no lo compra ningún carnicero porque el paladar de la gente se puso exquisito. Resultado: vendemos muchísimas más cabezas con muchísimos menos kilos. Por eso, entre la galopante faena del mercado interno más la sequía, hubo una baja en la cantidad de cabezas de ganado. Pero nosotros, que no miramos la hora cuando trabajamos, ajustamos el cinto y vamos para adelante. Los productores vamos a levantar el país”, suelta el hombre.

 

Ahora sí el orgullo se le vuelve bronca. Pero enseguida lo toma el espíritu de productor inquieto. “Estoy haciendo maravillas para poder tener 70 hectáreas para agricultura. El campo está dividido en altos y bajos. Los bajos están en las zonas donde bajan los ríos: Saladito, Río Negro, Salado, donde se forman esteros.” Con la premisa de diversificarse, incorporó Angus colorado hace un año. “Somos Bradfistas y ahora somos branguistas”, había dicho Flavia, su hija, cuando Faustino bajó del auto para abrir la tranquera.

 

Bravo elogia los aplomos de un toro llamado como su nieto: Mateo. “Este es un futuro campeón”, suelta al pasar sobre el animal nacido en febrero del año pasado. Es un producto de esta cabaña que desde 1994 hace inseminación artificial. Con el sistema de transplante embrionario, que implementaron en 2008, sacan óvulos cada tres meses, luego eligen los toros y, en un año, de cada vientre, obtienen 20 embriones. Mauro, su hijo, es el encargado de asignar servicio: qué toro con qué vaca y de mirar los antepasados hasta los bisabuelos. Su ojo hace andar el biotipo de la cabaña. Lo mismo que las manos de Lucas, que a los 34 años ve hacer a su pequeño Mateo lo mismo que él hacia de niño: jugar en el campo, entre el olor rancio de los corrales y el aire irrespirable del verano. Entre la bosta de caballo y los esteros. Desde chico le gustó el aire de aquí y le costó la escuela, aunque está al borde de recibirse de licenciado en Producción Rural. “Muchas cabañas se han venido al norte y han comprado animales de acá”, dice sobre el desplazamiento sojero hacia los márgenes.

 

Jornada del IPCVA

 

El 26 de junio, el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) realizó una nueva jornada a campo en Colonia Tacuaríhasta donde llegaron más de 500 productores de la zona para informarse sobre herramientas de manejo y tecnologías disponibles. Faustino Bravo mostró todas sus cartas: reservas forrajeras, plan sanitario, mejora genética permanente y manejo nutricional fueron algunos de los puntos centrales del evento, que incluyó disertaciones técnicas a cargo de especialistas del IPCVA, el INTA y asesores privados.

 

En el cierre de la jornada, Martín Spada, Consejero del IPCVA, dijo: “El mundo parece haber superado la etapa más profunda de la crisis económica y todas las previsiones indican que cada vez va a haber una mayor demanda de carne”.

 

Flavia Bravo aportó su visión de la jornada. «Hablamos sobre pasturas, sobre el apoyo del INTA, que fue un apoyo importante, sobre el programa de inseminación artificial, la compra de reproductores, con la producción propia de alimentos, la compra de suplementos como semillas de algodón».

 

También estuvo Gonzalo Álvarez Maldonado, presidente del IPCVA. “Como podemos ver en este campo, las cosas bien hechas dan buenos resultados. Y los buenos resultados en ganadería generan inclusión social, trabajo, divisas y arraigo en los pueblos del interior del país”, enfatizó.

 

Soberanía alimentaria

 

Ahora cantan cotorras y uno gira para buscar el sonido. Se ve un aromo lleno de pájaros: un árbol de Navidad con aves por bolas. Faustino cuenta que hacen su propia mezcla para suplementar, aunque los precios estén altos. Tiene un mixer propio que carga Ulises, un gringo misionero de ojos claros y manos fuertes. La idea es llegar al autoabastecimiento. Y el hombre no se achica porque sabe de batallas: en los años 90 hizo carbón cuando el campo cayó bajo el yugo menemista. “El carbón salvó al campo”, dice Bravo, mientras camina con dificultad por una operación que lo tiene convaleciente. Pero el hombre va. Disimula las flaquezas con fuerza interior. “No hace falta que los peses, hijo”, le dice a Lucas sobre unos toros que mañana viajan a Córdoba. “Los peso en dos patadas”, responde el chico, que tiene la misma fuerza interior y las mismas manos curtidas que papá. Los Bravo viven de la cabaña y trabajan en consecuencia: tienen pocos empleados y ellos mismos hacen todas las tareas. “Mandá ocho”, le dice Faustino, agazapado en la balanza. Toma un lápiz: “3860”, anota. Eso son los bravos, un equipo capaz de pesar vacas a velocidad luz, capaz de producir aunque todos digan que no es posible. Capaces de producir carne de alta calidad a pesar de todo.

 

Los números de la cabaña Las Mercedes

 

–    Entre 30 y 32 kilos pesan los terneros Braford al nacer.

–    8 meses: la edad a la que destetan.

–    1947: el año en que Juan Bravo compró la estancia

–    1200 hembras tienen en producción: 700 de rodeo y el resto de cabañas

–    Entre 75 y 80 por ciento es el promedio de preñez (en 2010 tuvieron 83% y en 2013 89%). En el país es del 60 y en Chaco de entre 52 y 54 por ciento.

–    80 por ciento de terneros destetados.

–    2 servicios, uno de primavera y otro de otoño. El de primavera dura 3 meses y medio y el de otoño 1 a 2 meses.

–    4070 hectáreas en funcionamiento.

 

Jazmín Arellano

Revista El Federal

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