San Vicente, la Capital Nacional de la Madera, la industria que funciona como el motor del desarrollo de la región. El caso de tres productores locales que agregan valor a la producción primaria.
En el punto donde se unen dos rutas, la nacional 14 y la provincial 13, en la provincia de Misiones, hay una ciudad llamada San Vicente, rodeada por una paleta de mil verdes, cruzada por saltos y arroyos que uno puede cruzarse en cualquier camino. Acá, la producción es tan diversa como las colonias de inmigrantes que llegaron desde distintos lugares del mundo. Se siembra yerba mate, té, tabaco y también se hace ganadería, pero la principal actividad de la región es la maderera proveniente de los montes nativos y de los implantados, en un área de unas 4.000 hectáreas. Por eso, San Vicente es la Capital Nacional de la Madera, y cada mayo desde 1982 es la sede de la fiesta de los trabajadores del sector.
Acá hay unos 60 aserraderos, donde se generan diferentes productos con valor agregado: tableros de fibra, envases, postes y rodrigones, pisos, revestimientos, aberturas, muebles, además de maderas para la construcción. Por eso el paisaje de la ruta 14 es así: camiones que vienen y van, con maderas que van y vienen.
La Argentina tiene 1,2 millones de hectáreas de bosques cultivados, el 80 por ciento de las cuales está repartida en tres provincias: Entre Ríos, Corrientes y Misiones. Esta última es una de las más importantes, pues cerca del 90 por ciento de la industria forestal trabaja sobre los bosques de cultivo, que generan empleo para más de 500 personas.
Nativas
Mario Hoffmann trabajó 20 años en el Poder Judicial y también como docente. Pero hace 11 años dejó de pensar en la justicia y en la docencia y se enfocó en la madera, pero no conocía mucho sobre el tema. “Compré una chacra de 300 hectáreas. Fui aprendiendo de a poco, luego fui comprando un tractor, un camión, y cuando ya tuve las máquinas, salí a comprar monte. No tenía aserradero, vendía los rollos”, dice Hoffmann, especialista en maderas nativas: incienso, cedro, loro negro, loro blanco, lapachillo, guatambú, anllico, zoita, marmelero, grapia, cañafistola, laureles, canelas, guaycá, zucará, timbó, ceibo, aguaí, azota caballo y guayubirá, entre otras.
Hoffmann compra los rollos, que son los troncos de los árboles apeados que se desraman y separan de la copa. Se usan para la industria, o como materia prima que luego se transforma en productos como madera aserrada, paneles o pasta que llegan en camión al aserradero MyM, ubicado a un kilómetro del centro de San Vicente.
Una vez descargado el camión, los rollos se cantean, se despuntan, se registran y se empaquetas en medidas a partir de una pulgada y hasta dos. “Se corta casi todo en sándwich, a veces se le da media vuelta. También se corta algo en media para hacer machimbres, que puede ser para cielo raso o para piso, y que si bien no es tan económico, es muy lindo y luce”, explica el empresario maderero, que también posee mil hectáreas de monte propio en San Vicente, que actualmente no lo está explotando.
Según Hoffmann, en 2012 los pedidos de madera nativa cayeron y esa tendencia se mantuvo este año. “En este momento, la actividad nativa está muy quedada. Nosotros dependemos de la construcción y del campo. Los aserraderos especializados en nativas están trabajando cada vez menos. No entendemos lo que está pasando. Desde 2007 que la actividad viene decayendo”, concluye el maderero.
El origen
Lorenzo Garden es técnico agrónomo y tiene un pequeño vivero agroforestal en el kilómetro 978 de la Ruta Nacional 14 que fundó hace 5 años y lleva su apellido. La idea original era que abastezca a la chacra de los padres de Lorenzo; los excedentes se vendían o se donaban a alguna institución. Pero la demanda de plantines creció y eso empujó a Lorenzo a dedicarse de lleno a la producción.
Garden empezó a trabajar con té clonal, algo de yerba mate, pino y eucaliptus, y a partir del año pasado comenzó a sembrar especies nativas. “Todavía estamos trabajando por debajo de las 300 mil plantas. Aumentamos según la demanda. La mayoría de las nativas tienen crecimiento rápido. Acá en Misiones hay una gran variedad de suelo y los productores aparecen con pedidos en zonas casi impensadas para sembrar una planta”, dice Garden, que junto a su cuñado Miguel Planell Lapuente, biólogo, preparan un sustrato especial rico en materia orgánica que evita el uso de fungicidas. “Buscamos un perfecto enrraizamiento, que el productor lleve raíz a su chacra y que allá se forme el árbol”, cierra Garden.
Del mismo palo
Miguel Da Rosa entró al mundo de la madera hace más de 20 años, cuando puso en marcha un pequeño aserradero de maderas nativas. Pero el inicio no fue para nada sencillo: en 1993 existían problemas con el transporte, tanto para llevar al aserradero la materia prima, como para realizar los despachos a distintos puntos del país.
Esta situación llevó a Miguel a comprar su primera unidad de transporte, que llamó “El Quirito”, y así pudo cumplir a tiempo con sus clientes. “Empecé vendiendo madera en Buenos Aires, fue muy duro, pero de a poco fui creciendo hasta tener mi propio aserradero con 60 puestos de trabajo”, cuenta Miguel. Así fue que nació Megar, empresa maderera que abastece al mercado interno.
De a poco se afianzó y, conforme ganaba clientes, Da Rosa le fue agregando valor a la producción: hoy fabrica pisos, vigas multilaminadas y placas, con materia prima de sus propias plantaciones. A diferencia de Hoffmann y Garden, Miguel sólo hace pisos con las maderas nativas porque asegura que con el cambio climático no es conveniente trabajar con otras.
El aserradero trabaja con pino elliotti y eucaliptus implantados, con los que hace manufactura vigas multilaminadas, machimbre, y placas de finger y alistonadas. Las maderas llegan del monte e ingresan al área de planchado, y luego a los estibadores. Seguidamente, las planchadas entran al horno para el secado, a una temperatura de 70 grados, y finalmente ingresan a la fábrica para el proceso de manufactura.
El aserradero de Da Rosa abastece al mercado maderero de Córdoba, Mendoza, Buenos Aires y las provincias del sur del país. “El año que viene vamos a hacer una línea de fenólico y terciado, y ahí vamos a estar cerca de los 130 empleados. Trabajamos al mismo ritmo todos los meses, cuando hay demanda despachamos y cuando no la hay hacemos stock”, dice Miguel, acompañado por su hijo Walter que comparte con su padre el entusiasmo por el oficio.
La actividad forestal no es para nada sencilla. Requiere de muchas horas de trabajo y dedicación. Los tres dan cuenta de eso, pero comparten un mismo principio: la industria maderera se lleva en la sangre.
Douglas Mac Donalds