A mediados del Siglo XIX el boom económico en la Argentina era la ganadería ovina. En Europa había ocurrido la revolución industrial y las nuevas fábricas textiles necesitaban lana para sus telares.
En pocos años, el stock ovino llegó a 78 millones de cabezas y la cría de este ganado desplazaba a las vacas de los campos pampeanos. La lana llegó a representar el 55% del total de exportaciones nacionales en 1881.
Hoy todo aquello es parte del pasado y material de estudio para los alumnos de Economía. En el territorio nacional languidecen unas 15 millones de cabezas y por más ley de promoción de la actividad que haya, la tendencia parece irreversible.
Es que hay tendencia globales que pueden llevar una producción a ser estrella en un momento, para luego hacerla desaparecer sin pena ni gloria. De la producción de lino, que tuvo su apogeo en torno a la II Guerra Mundial, hoy apenas si quedan 10.000 hectáreas en Entre Ríos. Y aunque el senador De Angeli proponga sacarle los derechos de exportación, poco se va a lograr para revertir la situación.
Hablemos de la ganadería, un ícono de nuestra argentinidad
La realidad es que en el mundo, sacando el pescado, que es la primera carne consumida, del resto, el 42% es cerdo, el 34% pollo y recién el 24% es carne bovina. O sea que nuestro producto estrella no es lo que más se come como fuente de proteína animal y es lógico que así sea porque es la más cara de producir. Un pez en crianza artificial transforma casi 1 a 1 el alimento balanceado que le dan, mientras que un pollo o un cerdo andan por una conversión de 3 a 1. Y solo para engordar un novillo hacen falta no menos de 7 kg de ración para que aumente uno de peso.
Por una extraña circunstancia, los argentinos hemos tenido la suerte de acceder a una carne extremadamente cara a nivel global, como un producto popular. Pero esto no iba o no va a durar para siempre.
Llegamos a comer casi 100 kilos por persona y por año en algún momento de nuestra historia. Hoy estamos comiendo mejor: 60 de vaca, 40 de pollo y 10 de cerdo. Y en el futuro seguiremos incrementando la de cerdo.
Entre 2002 y 2011, el comercio internacional de carne de cerdo aumentó 75% y el de pollo, 62%. El de carne bovina, el 22%.
Los grandes países productores están retrocediendo en sus stocks vacunos. Los Estados Unidos, que tenían 115 millones de cabezas a principios de los 80 hoy tienen 95, y Australia, que llegó a tener 30 millones para esa fecha, hoy oscila entre 25 y 28. Tal vez sacando Brasil, nadie esté creciendo en forma significativa en su rodeo bovino.
El gremialismo rural toma como caballito de batalla la caída del stock vacuno, culpando a las políticas oficiales por tal razón. Pero en los 90, cuando no había derechos de exportación ni ROE’s rojos, el stock se ubicó por debajo del existente en la década de los 70 (cuando llegó a un máximo) y en la primera década del Siglo XXI.
Por otra parte nadie está viendo que el stock vacuno vaya a tener un crecimiento significativo en los tiempos por venir en nuestro país. Los mismos técnicos del Inta responsables del PEA no ven más allá de las 60 millones de cabezas en el futuro. En todo caso, toda mejora provendrá de una significativa mejora en los índices de productividad, es decir la eficiencia.
De 2003 a la fecha, la avicultura ganó mucho terreno respecto de la ganadería y hoy está exportando por u$s700 millones. La faena porcina viene batiendo récords año tras año; ya sustituyó importaciones y ahora planea empezar a darle escala a las exportaciones.
El futuro de la ganadería bovina más bien parece ligado al de las otras dos carnes sustitutas. Suena más lógico un plan estratégico para las carnes argentinas, que uno para la bovina solamente. De hecho, es posible que a futuro la carne bovina deje de ser un alimento popular para convertirse en una exquisitez del bolsillo y que su participación en la dieta de los argentinos ceda lugar a las otras, ocupando un lugar relevante en los nichos del mercado internacional de alto poder adquisitivo.
Javier Preciado Patiño