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En Necochea, una familia hace el ciclo completo: tienen vacas rodeo, pero también ejemplares de cabaña. Se quejan del precio de los insumos y se diversifican hacia la producción ovina. «Hacemos todo a pulmón», dicen.

 

Francisco Isla Casares hace ciclo vacuno completo en el establecimiento familiar La Otomana, ubicado en la ruta 228, kilómetro 48, en la localidad de Energia, partido de Necochea. El criadero del sudeste bonaerense maneja un rodeo total de 2000 vacunos, con 950 madres, en su mayoría de la raza Aberdeen Angus, aunque también mantienen un plantel menor de Hereford. Además de la propiedad familiar, el productor arrienda dos campos para hacer vacas de cría. En el establecimiento propio hace agricultura y, en materia ganadera, vaquillonas e invernada. “También tengo un pequeño feedlot, porque yo engordo mi producción, con maíz y suplemento”, explica.

 

Hace un año hacía novillos para exportación. “Pero ahora los números no dan. Es muy complicado, los insumos son muy caros. Pero yo tengo todo, estoy todo armado, ahora voy a encerrar, pero para el consumo interno, porque allí es donde está la demanda en este momento.” Con grandes esfuerzos, pese a las restricciones impuestas por políticas erráticas y por la propia crisis económica, Isla Casares logró mantener su stock. Evitó liquidar vientres, pero lamenta no haber podido crecer. “Como ganadero que siempre fui, siempre tuve el anhelo de haber tenido más vacas. Lo máximo que logré es guardar a las vaquillonas para reposición”, afirma. Para Francisco, al productor que se deshace de las vacas le resulta muy difícil remontar la cuesta y reponer el plantel.

 

En el área de reproducción, la estrategia es hacer selección de las madres que recibirán inseminación artificial, seguida de un servicio con macho. Se utilizan toros especiales que se compran en alguna de las distintas cabañas de la zona, caracterizadas por la calidad de sus reproductores. El criador, heredero de una familia ancestralmente dedicada a la ganadería, aclara que en esta última década los avances tecnológicos llegaron a las cabañas y que hoy día la producción vacuna se ha tecnificado. Para empezar, todos los años se hace un tacto en general a todos los vientres, se deja a las madres preparadas, y esto ocurre tanto en vacas como en ovejas, que se crían en la cabaña Ofelia, también perteneciente a la familia.

 

Para la recría, Isla Casares prepara el campo con algún sorgo, o con alguna pastura, para cumplir con este período y después encerrar al animal, cuando alcanza los 240 kilos, y se lo engorda hasta los 320, 340 kilos, cuando llega el momento de salir al mercado. El establecimiento supo producir novillos de 480 a 500 kilogramos que iban íntegramente a exportación, pero esas épocas quedaron atrás. “Lamentablemente -dice Francisco- hemos perdido la Cuota Hilton y todo lo que eran novillos grandes, fueron años donde se han perdidos mercados como el europeo, y aunque ahora le tratamos de vender a Rusia, estamos limitados, porque no tenemos vacas”.

 

Desde el punto de vista de la nutrición, “La Otomana” cuenta con los servicios de un licenciado en Alimentación Animal que planifica la dieta del rodeo, que se va actualizando todas las semanas según la evolución del peso y el crecimiento de los animales. El criador se jacta de la profesionalidad del encierro que produce la cabaña, una estrategia relativamente nueva, ya que antes la recría se hacía en campo abierto preparado con pasturas convencionales. Hoy, la terminación se hace en encierro, y los animales comienzan a comercializarse aproximadamente a los 70 días de haber ingresado al corral.

 

Horacio Carlos Isla Casares es sobrino de Francisco. El destino le impuso un desafío mucho más complicado que lidiar con los vaivenes de la economía y el mantenimiento del negocio familiar: una discapacidad motriz lo obliga a afrontar su vida desde una silla de ruedas. Esa circunstancia no le impide, sin embargo, movilizarse de cualquier modo imaginable ni manejar por sí mismo, con envidiable dinamismo, los destinos de La Otomana. Es, de hecho, el hombre fuerte de la empresa, el que toma las decisiones operativas y, en definitiva, el alma tanto de la cabaña familiar, especializada en lanares -La Ofelia- como del establecimiento vacuno.

 

Hablando de la cabaña ovina, dice: “Es pequeña, para consumo interno. Yo no voy a exposiciones, sino que para mejorar nuestra majada general hacemos todo a pulmón. Nuestra actividad con las ovejas lleva varias generaciones de la familia, y para nosotros la ganadería, que es otra de nuestras actividades tradicionales, es la caja de ahorro del ganadero con campos mixtos como el nuestro, porque siempre le hemos tenido, y le tenemos, mucha fe a la vaca”, explica. Las palabras del ganadero explica su empecinamiento en conservar, a cualquier costo, su rodeo vacuno, aun cuando las circunstancias económicas dictan otra cosa. “No hay que dejarlo -aporta Horacio-, porque hay gente que en estos últimos años se ha deshecho de los rodeos por esta cuestión de la agricultura, pero hoy los pooles desaparecieron y hoy volver a resembrar una pastura que rompieron por un buen precio de un girasol o de una soja, hoy nadie les siembra los campos porque son campos ganaderos, y esto es lo que no entendió el productor en su momento. Pero nosotros seguimos con la vaca”, explica el administrador. “Nosotros hacemos la vaca hasta terminar el animal y venderlo al frigorífico. Y esperamos seguir haciéndolo por muchas generaciones”, afirma Horacio. Con la convicción de un verdadero campeón.

 

Gustavo Hierro

Revista El Federal

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